Jaime Chávarri, el desencanto y la desaparición de la figura del padre
En 1976, Jaime Chávarri, Premio Feroz de Honor 2025, dirigió El desencanto, una película documental en la que entrevistaba a la familia de Leopoldo Panero, poeta del régimen franquista, tras la muerte de este. Repasamos las conclusiones que se derivaron de esas conversaciones.
Existen diferentes causas posibles para explicar el desencanto social posterior al derrumbe de los valores tradicionales, localizado en el llamado mayo francés, en 1968. Este derrumbe culminaría a finales de los ochenta con la caída del Muro de Berlín. Entre los muchos elementos que determinan esta transformación, uno fundamental es la decadencia de la figura paterna en la estructura familiar.
En 1976, Jaime Chávarri, Premio Feroz de Honor 2025, dirigió El desencanto, una película documental en la que entrevistaba a la familia de Leopoldo Panero, poeta del régimen franquista, tras la muerte de este.
A partir de conversaciones con su viuda, Felicidad Blanc, y sus tres hijos, Juan Luis, Leopoldo María y Michi, se dibuja el retrato de unas personas desencantadas tras la caída de la dictadura, vivas tras la sombra de un mundo –y un hombre– que ya ha desaparecido.
Relato de la muerte
Aunque la narración da cuenta de la ausencia de la figura del padre, más que de su desaparición física, el filme comienza con el relato de la muerte del poeta.
La narración de ese momento es un rompecabezas difícil de armar en el que hay que cruzar tres versiones –la de Michi, la de Juan Luis y la de Felicidad– para averiguar los hechos. Estos son que Leopoldo llegó a casa enfermo, probablemente con una angina de pecho que ni sus hijos ni su esposa supieron ver, que el practicante al que mandaron llamar tampoco la detectó y que murió tumbado solo en la cama de su habitación. Felicidad estaba en la terraza, a donde él la había instado a ir hasta que la necesitase y la llamase. Cuando ella entró en la habitación después de unas horas, se dio cuenta de que su marido ya era un cadáver.
La descripción que Felicidad hace de este momento ("Dicen que dije: 'está frío como si estuviera muerto'") traduce a la perfección la distancia con la que vive el instante: se trata de un juego de representación, o de "como si". La reacción consiste en negar la muerte –hay que resucitarle, reanimarle como sea– y llamar al practicante para que le trate.
Ante la incapacidad de este para confirmar la muerte, Felicidad envía a su hijo Juan Luis a llamar a una ambulancia. Sin embargo, la noticia se extiende por los alrededores del pueblo, hasta el punto de que, cuando el hijo mayor vuelve corriendo, una anciana le pregunta "¿por qué corres, si ya está muerto?".
Doce o trece años más tarde, en el documental, Juan Luis sigue sin poder reconstruir la secuencia lógica de los acontecimientos, el hecho de que su madre mandase a pedir ayuda cuando ya no había nada que hacer.
Frente a la cámara, Michi parece señalar desde el principio la existencia de una gran mentira familiar en torno a la cual gira el discurso: la pérdida de felicidad que supuso la muerte del padre para los hijos. Pero no es cierto que con anterioridad a su fallecimiento ni ellos ni su madre fuesen tan felices. Para estar desencantados, apunta Michi, antes habría que haber estado encantados.
La negación
La relación amorosa de Felicidad con Leopoldo parecía estar definida por el vacío que sentía junto a él. Con su pérdida, se sustituye la figura que él ocupaba en la casa, en su familia y en su vida. Así, a partir de ese momento, Felicidad coloca a su hijo mayor, Juan Luis, en el lugar del esposo. Él, además de proporcionarle vida social, se erige en "cabeza de familia":
"Una vez, en un restaurante […], el camarero tenía toda la idea de que yo era el gigoló de mi madre, que me hizo mucha ilusión, no sé, hasta me excitó sexualmente. Era muy divertido, la idea de que uno estaba siendo el gigoló de su propia madre"
Esta situación se sostiene hasta que los hermanos se rebelan, particularmente Leopoldo María, que se vuelve loco, sin que nadie perciba la relación entre esa locura y la negación de la muerte del padre.
Según Michi, la situación había funcionado "bien a medias" durante seis meses o siete. Después, Leopoldo se convirtió "en una amenaza en potencia –luego el tiempo demostraría que sí era tal amenaza– contra la carrera literaria de Juan Luis".
Dos hermanos
Juan Luis había nacido el 9 de septiembre de 1942. Dos años después nació otro niño en un parto prematuro. Vivió dieciocho horas y fue bautizado con el nombre de Leopoldo Quirino –Quirino era el nombre del bisabuelo paterno–.
El tercer hijo, inesperado, llegó cuando el matrimonio vivía un momento muy bajo. El 16 de junio de 1948 nació Leopoldo María Francisco Teodoro Quirino Panero Blanc, que llevó el nombre del niño muerto.
Leopoldo María fue un chiquillo alegre, pero de mirada triste. En 1949, cuando su padre publicó la obra de su consagración, Escrito a cada instante, incluyó un poema dedicado a él, Introducción a la ignorancia:
"Se te ve sonreír para nosotros, como a la hierba en lo solo de un valle"
Para Michi, el pequeño, la psicosis y el internamiento posterior de Leopoldo –su compañero de juegos– supusieron un mayor golpe que el fallecimiento de su padre. Para Juan Luis, en cambio, su hermano mediano siempre representó la incomunicación y la imposibilidad de contacto. Entre ellos, Juan Luis y Leopoldo María, existía una competencia, que, dice Michi, cristalizó en la literatura. Ambos se hicieron poetas y Leopoldo María, ya en aquel momento y con el tiempo, fue considerado el "mejor" de los dos, algo que Juan Luis no aceptaba.
Leopoldo en el lugar del padre
Mientras Juan Luis ocupó el "lugar" del padre vivo, como "pareja" de su madre, a la que sacaba a pasear y llevaba a eventos, a Leopoldo María pareció corresponderle el lugar del padre muerto. Es el único que reintroduce constantemente en el relato familiar la muerte de ese hombre violento, brutal, odiado –incluso por él–, pero también amado. Es decir, Leopoldo María es el recuerdo de Leopoldo.
El vacío que Felicidad pretende llenar tras el fallecimiento de su esposo se ve todo el rato confrontado por su hijo. Él considera que la verdadera causa del desastre familiar no ha sido tanto la muerte física del padre como aquella a la que su madre le ha condenado con su queja constante. Ella también dice que Leopoldo María ha sido la gran complicación de su vida.
El documental es un retrato a cara descubierta de una familia marcada por la ausencia de un padre al que se acusa, y que no se puede defender. Justo antes de proyectar un contrapicado de la silueta de una escultura del poeta tapada y amordazada, sin rostro, Jaime Chávarri concluye la narración de El desencanto con la imagen de unos versos escritos por Leopoldo Panero en su poema Epitafio:
Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.
Amaya Ortiz de Zárate Aguirrebeña, Profesora del Master de Psicoanálisis y Teoría de la Cultura. Especialista en Metodología de Investigación en Psicoanálisis, Universidad Complutense de Madrid.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.