El cartero siempre llama dos veces, pero el profesor de pilates de la mujer de Pedro entraba sin avisar. Lo malo es que lo hacía cuando él no estaba y metía el rabo donde no debía. Menos mal que un vecino informó a Pedro de todo el marrón. Y ojalá hubiera estado un vecino en casa de Marta para contarle al amigo cómo se abría la puerta, que, con el ciego y lo que no es el ciego, acabó tirándose por la ventana, desde un segundo piso.